“Parece un coro de tos en esa carpa”, dijo Luis Zambrano, de 62 años, quien contrajo neumonía este invierno mientras se alojaba en el complejo de carpas del refugio en Randall’s Island, donde la ciudad ha alojado a miles de inmigrantes recién llegados. “El frío que pasa a través y debajo del catre no se va ni con varias cobijas, así que siempre tienes frío durmiendo”.
Este artículo se publicó originalmente en inglés el 30 de enero. Traducido por Daniel Parra. Read the English version here.
Luis Zambrano, de 62 años, se resfrió a principios de noviembre. Al cabo de un mes, se había convertido en una tos persistente que no desaparecía. Y no era el único.
“Parece un coro de tos en esa carpa”, dijo Zambrano, refiriéndose al complejo de carpas del refugio de Randall’s Island donde se alojaba y donde la ciudad ha estado albergando a miles de inmigrantes recién llegados desde agosto, durmiendo en delgados catres. “El frío que pasa a través y debajo del catre no se va con varias mantas, así que siempre tienes frío durmiendo”.
Zambrano y otras personas en el Centro de Ayuda y Respuesta de Emergencia Humanitaria (HERC por sus siglas en inglés) de Randall’s Island dijeron a City Limits que han estado viendo y oyendo los signos de la temporada de resfriados y gripe: sonarse la nariz y más tos en los últimos meses en el lugar.
La alcaldía y NYC Health + Hospitals (H+H por sus siglas en inglés) —la entidad público-privada que supervisa el HERRC de Randall’s Island— remitieron las preguntas sobre el número de casos de COVID-19, gripe e influenza al Departamento de Salud de la ciudad, pero la agencia no respondió a las preguntas de City Limits.
El 20 de diciembre, Zambrano fue al hospital, donde le diagnosticaron neumonía y le aconsejaron reposo y medicación para reducir la inflamación de los bronquios.
Él fue una de las seis personas trasladadas desde Randall’s Island para ser aisladas en el refugio en el hotel Holiday Inn del bajo Manhattan en noviembre y diciembre, según Health + Hospitals. Aquellos diagnosticados con enfermedades infecciosas como COVID-19, varicela y sarna han sido trasladados a habitaciones en el hotel, que también está siendo utilizado por la ciudad como HERRC para albergar a familias inmigrantes con niños.
Otras 12 personas fueron enviadas al hotel Holiday Inn tras una evaluación médica durante la admisión en el principal centro de acogida de la ciudad en el Hotel Roosevelt, donde se ofrece vacunas y se les realizan pruebas de detección del COVID-19, varicela, sarna y tuberculosis activa. Desde la apertura del centro en mayo de 2023, el personal del Hotel Roosevelt ha realizado revisiones médicas a más de 100.000 solicitantes de asilo, de los 168.000 inmigrantes que han llegado desde la primavera de 2022, según explicaron los funcionarios.
H+H dijo que en Randall’s hay pruebas de COVID-19 in situ para los inmigrantes que quieran examinarse. Aquellos que buscan asistencia médica pueden llamar a una línea directa de telemedicina con intérpretes disponibles, o ser conectados a proveedores, instalaciones locales de H + H, o centros de salud comunitarios (FQHC por sus siglas en inglés), que son clínicas sin fines de lucro que atienden a poblaciones desatendidas.
Zambrano pasó tres días en el Holiday Inn, donde dijo que no tenía fuerzas para salir de su habitación, caminando sólo de la cama a la puerta para recoger la comida que le dejaban. Ahorraba su energía para hablar durante las dos visitas diarias que le hacían, dijo.
H+H dijo que los pacientes del hotel se alojan en habitaciones designadas con seguridad 24 horas al día, siete días a la semana, para garantizar protocolos de aislamiento adecuados. Todos allí llevan tapabocas y utilizan un ascensor de servicio separado del que utilizan otras personas en el edificio. Los infectados por COVID-19 son aislados durante cinco días siguiendo las directrices de los CDC, según dijo el H+H.
Zambrano dijo que para su neumonía sólo le dieron tres días en el hotel, y que aún no estaba totalmente recuperado cuando se le acabó el tiempo. Así que regresó al albergue de Randall’s Island, donde pidió que le trasladaran de nuevo al Holiday Inn. “Tosí delante del personal para que me oyeran y vieran que aún tenía mucha flema”, explicó.
Pero su solicitud de alojamiento en un nuevo hotel fue rechazada. Como último recurso, presentó una petición de adaptación razonable, a través de la cual los residentes en refugios con discapacidad pueden solicitar cambios en los servicios que reciben. Pero tampoco tuvo éxito.
Su estancia en Randall’s llegó a su fin a principios de enero, después de que expirara el plazo de 30 días que se le había concedido en el albergue, como parte de una controvertida política municipal destinada a liberar espacio en un sistema desbordado.
Durante 10 días estuvo en el limbo, acudiendo a un centro dedicado a dar pasajes gratuitos de un sólo trayecto (Reticketing Center) en el East Village, donde cada día cientos de inmigrantes hacían fila en el frío para solicitar un pasaje de salida de la ciudad o un nuevo alojamiento en un refugio. Después de esperar en la fila durante el día, durmió en el suelo de las iglesias que la ciudad utiliza como “waiting areas” (zonas de espera) para quienes no tienen otras opciones.
Desde el 22 de enero, Zambrano se aloja en un “Respite Center” (centro de acogida temporal) para inmigrantes en un antiguo gimnasio en Astoria.
“Eso fue parte de lo que vivimos, y no fue fácil”, dijo sobre el proceso de volver a solicitar una cama. “Esperar fuera de una iglesia de 6 de la tarde a 9 de la noche con ese frío que hace, imagínese —y sólo cogen a 28 personas, pero no tiene derecho a bañarse, despertándose a las 5:30 de la mañana para estar fuera a las 6 de la mañana”.
Más allá de las enfermedades temporales, los refugios en carpas de la ciudad plantean obstáculos para quienes padecen enfermedades crónicas, así como para las personas mayores, según varios de los que hablaron con City Limits sobre sus experiencias.
Sandra Bedoya toma medicamentos para múltiples dolencias —enfermedad de las arterias coronarias, hipertensión, prolapso de la válvula mitral, hígado graso, nivel tiroideo anormal, esclerosis marginal y dolor de espalda crónico en el lado izquierdo— por lo que tiene que ir al baño con frecuencia.
Los baños en los HERRC de Randall’s Island, donde Bedoya estuvo de octubre a diciembre, se encuentran fuera de las carpas. Aunque el baño estaba a sólo unos metros de su carpa, le costaba llegar a tiempo. A los 53 años, empezó a llevar pañal por la noche cuando antes no tenía que hacerlo.
Llegó a Nueva York en mayo y pasó por varios albergues, entre ellos el Respite Center de la iglesia St. Margaret Mary’s en Astoria y el Holiday Inn del centro de Manhattan, que albergó a parejas —como en su caso— y adultos solteros durante varios meses y luego se convirtió en un HERRC para familias con niños.
Dice que habló con una trabajadora social de Randall’s para que la trasladaran a un alojamiento más privado, con acceso más fácil a un baño. Pasó meses haciéndose pruebas y pidiendo cartas que respaldaran su traslado.
“Este alojamiento puede ser una habitación individual o un hotel”, dice la carta del 14 de noviembre de su proveedor de atención médica, Elmhurst Hospital Clinic, apoyando el caso de Bedoya. “Sus comorbilidades la ponen en mayor riesgo de contraer enfermedades graves de personas potencialmente infectadas o más sanas, y viceversa”, explica la carta, que añade que su traslado es aconsejable para evitar mayores complicaciones.
Pero sus peticiones fueron denegadas y dijo que tales traslados se reservaban para los casos más graves. “Sólo un caso de vida o muerte—cuando me esté muriendo, prácticamente”, dijo Bedoya.
Cuando se le preguntó qué condiciones o circunstancias médicas justifican los traslados, o cuántas solicitudes de traslado se han concedido, el NYC Health + Hospitals no dio una respuesta clara, pero señaló los recursos de atención médica disponibles, incluyendo un programa de telesalud para conectarlos con proveedores.
Según la alcaldía, al entrar en el albergue, los residentes de los HERRC son examinados para determinar si tienen alguna discapacidad, y también pueden solicitar adaptaciones razonables en cualquier momento.
Josh Goldfein, abogado de la Legal Aid Society —una de las organizaciones que actualmente defienden ante los tribunales el derecho a refugio—, dijo que las solicitudes como la de Bedoya suelen ser estudiadas por las agencias “caso por caso”.
“Dependería de los hechos particulares de la situación de esa persona”, dijo Goldfein. “Se podría alojar a la persona in situ o mediante un traslado, dependiendo de lo que ofrezca la agencia”.
La ciudad concedió recientemente una exención a sus plazos de 30 y 60 días de acogida para las inmigrantes embarazadas en su tercer trimestre o aquellas con bebés recién nacidos, según informó recientemente el sitio de noticias The City.
En el otro extremo del espectro de edad, las autoridades municipales afirman que al 7 de enero había 110 inmigrantes de 65 años o más en el sistema de refugios, una fracción de los más de 68.000 que actualmente están bajo el cuidado de la ciudad. Entre ellos estaba Carolina, quien viajó desde Venezuela con la familia de su hijo y se alojó en el HERCC de Randall’s Island de septiembre a noviembre.
Los catres de las carpas son bajos, a poco más de medio metro de altura. A los 70 años, el mero hecho de levantarse o agacharse para tumbarse, le resulta doloroso a Carolina.
A pesar de haber llegado a la ciudad hace más de cuatro meses, dijo Carolina a un periodista en octubre, no había encontrado un trabajo estable. Para ganar algo de dinero, empezó a vender chupetes fuera y dentro de las carpas de Randall’s.
“Eso no me hará rica, pero me ayuda”, añadió.
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