Pocas industrias han visto un repunte mayor a lo que acostumbraban a manejar antes de la pandemia, una de estas es el reciclaje de botellas y latas en Nueva York.

Josefa Marín ha trabajado como “latera” (reciclador de latas y botellas) en la ciudad de Nueva York por 34 años. Al principio, hacia finales de los ochenta, era la forma de ganar dos dólares extra al empleo que tenía. Ahora es su empleo de tiempo completo.


“Con esos dos dólares me alcanzaba para gaseosa, un poco de pollo y me quedaban unos centavos”, dice Marín mientras separa y clasifica latas por marcas, tamaño y aquellas botellas de plástico que tienen el sello de reciclaje en el estado de Nueva York y las que no, que se apilan en un esquina.

“Todas las botellas se reciclan”, aclara Marin, “luego se venden esas que no tienen el sello”.

La historia de Marín es la historia de algunos recicladores que dedican todos los días de la semana a esta labor, la cual involucra más o menos un 40 por ciento del tiempo en recolección y un 60 por ciento en clasificación.

“Si yo estuviera sola en esto, no daría”, dice Marín, mientras su pareja, Pedro Romero cuenta botellas de plástico que ya han sido clasificadas por marca y tamaño. Una vez tienen 240 latas o botellas clasificadas, cierran la bolsa y la pasan a un lado. Esa será una de las bolsas que llevarán al final de la tarde a redimir por dinero. Ellos calculan que hoy tendrán unas 12 bolsas.

Desde 1982, el estado de Nueva York se convirtió en el octavo estado en implantar una ley para redimir un envase por cinco centavos, un precio que no ha cambiado desde entonces. Josefa recuerda que cuando inició recolectando solo necesitaba unas cuantas docenas de botellas para obtener los dos dólares extra que le ayudaban en ese momento.

Marín se ríe de pensar que esos dos dólares de antes solo alcanzarían ahora para comprar una de las latas que ella recicla. Hoy, según algunas estimaciones, se cree que hay 10.000 recolectores de botellas y latas en la ciudad.

No se sabe cuántos se han convertido en recolectores por causa de la pandemia. Marín, quien además es una de las veteranas que lleva casi una década trabajando en Sure We Can, dice que ha visto varias caras nuevas desde que inició la pandemia.

Según Ryan Castalia, mánager de programas y comunicaciones de Sure We Can —un centro de reciclaje que a diferencia de muchos es sin ánimo de lucro y que sirve además como espacio comunitario en Brooklyn—, la pandemia ha tenido varios momentos: en un primer momento, entre abril y el verano, muchos recolectores pararon e incluso Sure We Can cerró.

Al inicio de la pandemia “bajaron los números al 60 por ciento”, dice Castalia por teléfono. Para el verano, la cantidad de productos para reciclar había bajado 30 por ciento y hasta abril de este año, se volvieron a los niveles vistos antes de la pandemia.

“Ahora hubo una explosión”, dice sorprendido Castalia al describir cómo se han superado los niveles previos a la pandemia. “Junio estuvo un 16 por ciento más alto”. 

Sin embargo, aún hay retrasos y no todos han visto este aumento. Por ejemplo, la recolección por parte de los camiones de los distribuidores aún es irregular y el espacio donde opera la organización ha estado acumulando y almacenando lotes de latas que no se han recogido.

Además, Marín y Romero aún no llegan al nivel de intercambio de latas y botellas que tenían previo a la pandemia.

“Aún faltan los grandes eventos, como los conciertos gratis”, dice Marín, a donde los recolectores iban y podían encontrar cientos de botellas y latas juntas en un mismo lugar.

Ellos, a diferencia de otros recolectores, no pararon durante la pandemia. Los cierres de establecimientos durante la pandemia llevaron a menos botellas y latas en restaurantes y bares de la ciudad pero las latas en edificios siguieron acumulándose. Así que Marín y Romero se adaptaron rápido y pronto establecieron relaciones con algunos conserjes que los dejaban abrir las bolsas de basura y sacar botellas y latas en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn.

Según Castalia, la mayoría de los cerca de mil recicladores que hacen parte de la organización son inmigrantes. Marín y Romero están entre ellos y el 54 por ciento de los recolectores de la organización son latinos, seguidos por los afroamericanos, con un 24 por ciento.

El tercer grupo son los recicladores asiáticos quienes, según cuenta Castalia y Marín, dejaron de salir para evitar contagios y también por los crímenes de odio contra ellos

“Ellos [los asiáticos] hasta ahora están saliendo otra vez”, dice Marín.

Entre los recicladores, solo el 4 por ciento son blancos o de otro tipo. Además, más del 20 por ciento son adultos mayores, el 7 por ciento son discapacitados y el 6 por ciento son personas sin hogar.

Marín no solo trabaja los siete días de la semana durante largas jornadas sino que también es una de las representantes de los lateros en la junta de la organización.

“Como buenos luchadores, esta es nuestra esquina”, dice Romero mientras cierra una de las bolsas llenas de botellas de agua. 

Sure We Can ha intentado dos veces ser incluida como una de las organizaciones que recibe presupuesto de la ciudad para comprar el terreno donde opera, avaluado en más de dos millones de dólares. Con la subida de la renta en la ciudad, la gentrificación en el área y muchos centros de canje cerrando sus puertas porque no son dueños de la propiedad, Sure We Can enfrenta ahora la amenaza de ser desalojados. 

Desde que la organización fue fundada en 2008, han cambiado cuatro veces de lugar de operaciones y desde 2010 están en Bushwick. En febrero, la organización recibió una carta del propietario pidiendo el inmueble para abril y por eso han intentado recibir fondos a través de presupuesto de capital, pero este año tampoco fueron incluidos.