Este artículo apareció originalmente en inglés. Fue traducido por Vanessa De León. English version here.
Como un reloj, Jack Lee de 59 años, se despierta a las 8 de la mañana cada día, desayuna rápidamente y recorre 11 millas en su bicicleta eléctrica desde su casa en Flushing hasta Manhattan para repartir alimentos para Caviar, la aplicación de domicilios de comida gourmet. En circunstancias normales no es inusual que Lee trabaje más de 12 horas diarias como lo ha hecho habitualmente durante los últimos siete años. Gran parte del dinero que ha ganado lo ha enviado a Shanghai para mantener a su madre anciana. El trabajo era duro y agotador para su cuerpo, pero él disfrutaba de la flexibilidad que le daba.
“Al principio la paga era buena y yo fijaba mis propias horas”, dice. “Era mucho mejor que trabajar en el restaurante”.
Sin embargo, con la ciudad prácticamente cerrada a raíz de la pandemia por COVID-19, Lee, como 400.000 de sus compañeros, en su mayoría inmigrantes que trabajan como repartidores de comida, se ha encontrado en la primera línea de respuesta a esta crisis que se desarrolla rápidamente. A pesar de las advertencias de CDC para que se aíslen, Lee todavía se ve obligado a dejar la seguridad de su casa para asegurarse de puede permitirse tener una. “Ahora mismo tengo que trabajar, pero no llegan muchos pedidos. Eso significa menos ingresos. Pero tengo que seguir viniendo a Manhattan para trabajar, así al menos tengo algunos ingresos para pagar mis cuentas y el alquiler”.
Los trabajadores de reparto de comida, como otros en la economía gig, fueron considerados una vez como “trabajadores no cualificados”. Con la mayoría de los repartidores de comida montados en bicicletas eléctricas su trabajo ha sido básicamente criminalizado. Si eran sorprendidos montando una bicicleta eléctrica, los trabajadores eran forzados a pagar una multa de $500 dólares y podían tener su bicicleta confiscada. Los dueños de restaurantes también fueron sujetos a una multa de $100 dólares si su trabajador era atrapado con una bicicleta eléctrica.
De delincuentes en bicicleta eléctricas a servidores esenciales
Sin embargo, con miles de neoyorquinos practicando distanciamiento social en casa y la posibilidad de un toque de queda en toda la ciudad, los repartidores de comida se están convirtiendo cada vez más en parte de la fuerza de trabajo esencial del país.
Cuando San Francisco anunció recientemente su orden que prohibía a los residentes salir a las calles de la ciudad a menos que fuera para necesidades esenciales, los repartidores y otros trabajadores de la economía gig quedaron exentos. Con los funcionarios pidiendo cada vez más a los neoyorquinos que se queden en casa y los restaurantes obligados a ofrecer sólo comida para llevar, los repartidores estarán sin duda trabajando horas extras.
“Lo que hemos visto en otros lugares con la pandemia del coronavirus es que a medida que la gente se queda en casa, el reparto se dispara”, dice Do Lee, profesor adjunto del Queens College que ha estudiado a los repartidores de comida. “Como neoyorquinos vamos a depender aún más de los repartidores de comida para que nos traigan alimentos. Los repartidores de muchas maneras están arriesgándose para ayudar a las personas que están enfermas, sin embargo, la ciudad los ha criminalizado durante mucho tiempo por hacer su trabajo”.
El martes el alcalde de Blasio declaró una suspensión temporal de la prohibición para las bicicletas eléctricas, después de que los concejales Ydanis Rodríguez y Carlos Menchaca escribieran una carta al alcalde instándole a levantarla y a tratar a los repartidores como trabajadores esenciales.
“Si declaramos que estamos todos juntos en esto, entonces eso debe significar todos, especialmente nuestros vecinos más vulnerables como los repartidores inmigrantes”, dice Menchaca a City Limits. “He aprendido en mi tiempo en el Consejo que la ciudad de Nueva York rara vez está a la altura de su autoimagen progresista sin presión. Siempre usaré mi oficina para amplificar esa presión, especialmente durante una emergencia nacional”.
Los riesgos abundan para los trabajadores en los márgenes
Aunque el levantamiento de la prohibición de las bicicletas eléctricas sin duda aliviará la carga de los repartidores, todavía quedan muchos obstáculos por delante: “La pandemia va a exacerbar los riesgos para ellos”. Se verán presionados a hacer los repartos rápidamente”, dice Lee. “El volumen de las entregas es probable que explote. Creo que la ciudad ha dado un paso en la dirección correcta al suspender la prohibición de las bicicletas eléctricas en este momento, pero es realmente crucial para avanzar que se haga más”.
Las organizaciones que apoyan a trabajadores migrantes de bajos ingresos como el Flushing Workers Center y la Chinese Staff & Workers Association, están sonando la alarma. “Los repartidores están literalmente saliendo y exponiéndose al virus. Todo el mundo dice que el pico no se ha alcanzado todavía”, dice Sarah Ahn, organizadora de Flushing Workers Center. “A medida que nos acerquemos a ese pico, los repartidores estarán en contacto. Si no hay ninguna seguridad económica para estas personas, entonces tendrán que seguir trabajando aunque ellos mismos estén enfermos y eso es una asunto serio de seguridad pública”.
Como trabajador independiente, Jack Lee no tiene muchas opciones a las que recurrir si se enferma. El desempleo no es una opción para él, ni tampoco las vacaciones pagas. Cada vez más, él siente que sus preocupaciones son ignoradas. “El gobierno debería prestar atención a los trabajadores que como yo estamos arriesgando nuestras vidas para hacer el trabajo. No tenemos seguro médico ni beneficios. Ni siquiera podemos solicitar el desempleo”.
Activistas para otros de los trabajadores de la economía gig como los conductores de Uber y Lyft, están pidiendo al estado que amplíe el seguro de desempleo para incluir a los conductores de estas aplicaciones, ya que la industria de los taxis se enfrenta a un descenso de los ingresos del 75 al 80 por ciento como consecuencia de la pandemia. “La crisis actual ha expuesto la naturaleza arbitraria y sin propósito de las actuales distinciones legales entre empleados y contratistas independientes, que permiten beneficios sociales esenciales a algunos trabajadores pero no a otros”, escribió el director ejecutivo de la New York Taxi Workers Alliance, Bhairavi Desai, en una carta el martes al gobernador Andrew Cuomo. “En este momento crucial, TODOS los trabajadores requieren protecciones adecuadas para garantizar la salud pública y para evitar la devastación económica”.
¿Ayudarán las políticas de asistencia?
Recientemente, Caviar, el empleador de Lee, anunció su programa de asistencia financiera COVID-19. Bajo este programa, los trabajadores pueden calificar para recibir hasta dos semanas de asistencia financiera si se les diagnostica el virus o son puestos en cuarentena por una agencia de salud pública. DoorDash, otra aplicación de entrega a domicilios, también anunció un plan similar. Sin embargo, con reportes de que las pruebas de COVID-19 cuestan miles de dólares y la falta de acceso a atención médica para muchos repartidores de comida, se queda corto decir que esos programas serán insuficientes.
Alternativamente, el Flushing Workers Center y la Chinese Staff & Workers Association están pidiendo al alcalde y al gobernador que establezcan un fondo de ayuda de emergencia para los trabajadores despedidos y para los trabajadores que den positivo en las pruebas del virus, independientemente de su estatus migratorio. Para ellos, los programas privados de ayuda como el de Caviar no son suficientes. “Licencia por enfermedad paga no es suficiente. Por eso pedimos un fondo de emergencia para desastres”, dice Ahn. “Todo el mundo sabe que hay mucha gente en la fuerza de trabajo, como los indocumentados, que no son elegibles o no saldrán a buscarlo. Es importante crear un fondo que vaya directamente a los trabajadores para que no se sientan amenazados”.
Menchaca está de acuerdo. “Para avanzar tenemos que asegurarnos que cualquier paquete de asistencia que creemos sea universal. Eso significa que ayuden a todos, incluyendo a los inmigrantes indocumentados, que en el caso de los repartidores ahora vemos lo vitales que son para la economía y la salud de nuestra ciudad”.
Desde que la magnitud de la pandemia se hizo realidad en Nueva York, Jack Lee no ha dormido fácilmente. Un hombre mayor sin familia que lo cuide, Lee no está seguro de cuánto más desgaste puede soportar su cuerpo. Con el aumento de la competencia en el sobresaturado mercado de los domicilios de comida, se ha visto obligado a reducir a siete la cantidad de horas que pasa en bicicleta por la ciudad. A pesar de que sabe el riesgo al que se expone, Lee continúa arriesgándose. No tiene muchas opciones. “Tengo que trabajar pero en este momento necesitamos algunos fondos de ayuda porque sin ellos estamos en riesgo. Esto puede ayudar a muchos otros como yo”.