Un nuevo análisis revela que los niños negros, hispanos y asiáticos en la ciudad tienen una probabilidad alrededor de tres veces mayor de haber perdido un padre o cuidador, en comparación con sus pares blancos.

Ben Fractenberg/THE CITY

Shyvonne Noboa lost her grandfather, Tobias, to COVID-19 in 2020.


Este artículo apareció originalmente en inglés el 16 de mayo de 2022 en THE CITY. Read the English version here.

Esta historia fue producida como una colaboración entre THE CITY, Columbia Journalism Investigations y Type Investigations, como parte de “MISSING THEM”, el proyecto periodístico colaborativo homenaje y de atribución de responsabilidades del COVID-19 de THE CITY.

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A través de la ciudad, unos 8600 niños han perdido a un padre o cuidador por el COVID, una población que llenaría quince escuelas públicas de tamaño promedio de la ciudad de Nueva York.

Este daño abrumador de la pandemia, aunque en general escondido, afecta a más de 1 de cada 200 niños en la ciudad de Nueva York, casi el doble del índice a través del país.

Según un análisis compartido con THE CITY, los niños negros, hispanos y asiáticos de la ciudad tienen una probabilidad alrededor de tres veces mayor de perder a un padre o cuidador por COVID, en comparación con sus pares blancos. El análisis estadístico fue llevado a cabo por el Dr. Dan Treglia, profesor adjunto de práctica de la Universidad de Pensilvania, para la COVID Collaborative, una agrupación bipartidista de expertos que abogan por un mayor apoyo y por más fondos para niños que han perdido a un ser querido por COVID.

En la ciudad de Nueva York, las disparidades raciales son más pronunciadas que en el resto del país. A través de los Estados Unidos, los niños negros, por ejemplo, tienen una probabilidad dos veces mayor de perder a un padre o cuidador por COVID-19 que los niños blancos. Aquí, la probabilidad de sufrir esa misma pérdida es 3,3 veces mayor.

Hay pocos acontecimientos en la ciudad que hayan resultado en que semejante cantidad de niños pierdan a un padre. En 1918, más de 20 000 niños perdieron a uno o ambos padres por la pandemia de la gripe. Alrededor de 3000 niños, muchos de los cuales vivían en la ciudad de Nueva York, perdieron a un padre en los ataques del 11 de septiembre.

Según un análisis de la COVID Collaborative a partir de datos de la Oficina del Censo y el Centro Nacional de Estadísticas de Salud, a nivel nacional, más de 214 000 niños han perdido a un padre o cuidador por COVID-19. Más de dos de cada tres niños que han perdido a un padre o cuidador son menores de catorce años y la mitad se concentra en seis estados: California, Texas, Nueva York, Florida, Arizona y Georgia.

En la ciudad de Nueva York han muerto más de 40 000 personas por COVID, y en los Estados Unidos el total de víctimas ha superado el millón. Según un estudio de 2020 publicado por el National Academy of Sciences’ journal, cada persona que muere deja atrás alrededor de nueve familiares cercanos que lloran su muerte. Eso nos deja con casi nueve millones de personas —padres, cónyuges, hermanos, hijos y nietos— que lloran la pérdida de un ser querido.

Según un estudio publicado en el Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, los niños que pierden a uno o ambos padres podrían sufrir de trastornos de ansiedad por la separación y de depresión. Los niños que han perdido a un ser querido también podrían ser más propensos que otros niños a exhibir síntomas de problemas de conducta, de abuso de sustancias y un aumento en el abandono escolar, entre otros efectos. Según un informe de 2020 de la United Hospital Fund, aquellos niños que pierden padres por el COVID-19 también podrían correr el riesgo de caer en la pobreza y de ingresar en el sistema de acogida temporal.

En mayo de 2020, Tobias Noboa, que condujo un taxi amarillo por cuarenta y cinco años, murió de COVID. Noboa emigró del Ecuador y vivió en una casa intergeneracional en Corona, Queens, dijo su nieta, Shyvonne Noboa. Tobias tenía una relación particularmente estrecha con la hija de Shyvonne, que en ese entonces tenía cuatro años. Pasaba los días jugando pelota con ella, viendo videos en el celular y esperando en la escalera de entrada a la casa para dar la bienvenida a Shyvonne cuando llegaba del trabajo.

Cuando murió, la hija de Shyvonne comenzó a manifestar ansiedad, se volvió más introvertida y en particular se la vio abrumada por el dolor. Incluso su maestra notó que estaba consumida por la tristeza.

«Se apagó una chispa en ella, y simplemente intentábamos encontrarla de nuevo», dijo Shyvonne. «Yo veía cómo mi hija sufría en mis propias narices y no podía hacer nada para consolarla».

Según el Dr. David Schonfeld, director del National Center for School Crisis and Bereavement, los niños que pierden a un padre o cuidador lidian con pérdidas a varios niveles. Además de lidiar con el dolor, los niños a menudo necesitan reubicarse y adaptarse a una nueva escuela y a una nueva comunidad.

«El niño pierde todo lo que aquella persona hacía o podría haber hecho o tal vez haría por el niño en un futuro», dijo. «Cuanto más pequeño el niño, más difíciles las circunstancias».

Pero las muertes por la pandemia podrían tener un impacto mucho más severo en niños, dicen los expertos. El aislamiento, la incapacidad para decir adiós y el no tener gente que les pudiera brindar apoyo, en particular en los primeros meses de la pandemia, pueden haber agravado el trauma y las dificultades para los niños que perdieron a un ser querido.

«Estas muertes fueron de un tipo muy específico», dijo la Dra. Robin Goodman, directora adjunta de educación pública y duelo en el Child HELP Partnership, un programa de salud mental enfocado en trauma de St. John’s University en Queens, «que tuvo un número de otras variables que crearon una vulnerabilidad adicional para niños a una escala mayor de la que habría en otro tipo de muertes experimentadas por niños».

El impacto desproporcionado de la pandemia en familias de color de bajos ingresos también hace que sea menos probable que tengan acceso a los recursos necesarios para atravesar esta tragedia. «Eso significa que son mucho más proclives a experimentar aquellos resultados adversos que nos preocupan», dijo el Dr. Treglia, colaborador experto de la COVID Collaborative.

Los proveedores de servicios tienen dificultades para cubrir la demanda de apoyo para la salud mental de niños, dicen los expertos.

Shyvonne intentó encontrar algún tipo de terapia, o counseling, para la familia, pero los llamados a catorce proveedores quedaron en la nada. «Todo el mundo me decía que es muy difícil encontrar ayuda porque todos los terapeutas están saturados», dijo.

«Necesitamos más recursos y debemos implementarlos bien», dijo la Dra. Goodman, y agregó que nuestro fracaso en brindarles ayuda a estos niños podría resultar en daños futuros, como que los niños abandonen la escuela, se depriman o se automediquen, entre otras cosas.

Varios miembros del Concejo de la Ciudad introdujeron una medida que requeriría que la Administración para el Servicio de los Niños produzca informes trimestrales sobre el impacto de las muertes de padres y cuidadores por COVID-19 desde enero de 2020.

La administración Biden develó un plan de preparación nacional ante al COVID que incluye apoyo económico para los niños y las familias que han perdido a un ser querido por COVID. Pero estos programas requieren de financiamiento del Congreso y, de no obtenerse, muchas de las actividades no podrán iniciarse ni sostenerse, señaló el plan de Biden.

Finalmente, Shyvonne pudo acceder a una terapia familiar con un estudiante de Psicología del St. John’s University Center for Psychological Services. La maestra de su hija le ha dicho a Shyvonne que su hija está empezando a mostrar señales de mejoría, que tiene nuevos amigos y que juega, pero a Shyvonne aún la frustra que haya llevado tanto tiempo conseguir ayuda para su familia.

«Creo que, como familia, y para mí en particular, es increíblemente como sacarme un peso de encima poder hablar con alguien», dijo. Pero enfatiza que solo ahora se está dando cuenta del grado del impacto emocional que sufrieron ella y su familia desde que comenzó la pandemia, no solo por la pérdida de Tobias, sino por las dificultades del aprendizaje virtual para sus hijos mientras ella trabajaba desde casa.

«Ahora nos encontramos en que no pudimos despedirnos de él», dijo. «El COVID realmente destruyó esos sistemas de cuidado que habían armado las familias».

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